lunes, 20 de julio de 2015

¿Quién soy yo para juzgar?

En esta nota quiero referirme a dos temas diferentes: la soledad y el egoísmo. 

Acerca de la soledad, he estado reflexionando sobre las mujeres que elegimos libremente la soledad. 

Hace doce años que he estado sola y me he acostumbrado a muchas cosas: tener mi casa como se me da la gana; no dar muchas explicaciones a nadie; tener rutinas sin exigencias; decorar los espacios como a mí me place; vivir en desorden, que es mi estado natural. 

Cuando escucho a mujeres que viven en pareja, regularmente escucho las mismas quejas que yo tenía o peores. Y eso solamente me sirve para confirmar lo mucho que me gusta mi soledad. 

Hace tres años, el pénfigo se activó en mi cuerpo por tercera vez. He estado batallando por hacerlo entrar en remisión. Eso me ha llevado a muchas indagaciones, pruebas, experimentos, reflexiones. 

En abril, una familiar me prestó un libro sobre el lenguaje del amor entre parejas. Me pareció interesante. Al final del libro, había un cuestionario y por medio del cuestionario descubrí que mi lenguaje del amor principal es el toque físico. 

Luego de estarle dando vueltas al asunto, caí en la cuenta de que durante doce años me había privado del toque físico que implica tener una pareja. Me he preguntado si no he llevado al límite mi cuerpo por esa carencia. 

Entonces, también me doy cuenta que cuando uno hace elecciones, lo ideal sería estar plenamente consciente de las consecuencias. Saber algo así le permitiría a uno tomar acciones que prevengan el desastre en la salud. Pero, claro, la información llega, supongo, a su tiempo, cuando se necesita. 

En la actualidad, muchas mujeres eligen la soledad, no como un castigo, sino como una forma tranquila de vivir la vida. Me gustaría que todas ellas se conocieran lo suficiente para que la soledad no perjudicara su salud, para que no las llevara a estados físicos o mentales extremos. 

El otro tema es el egoísmo. Alguien me decía que es muy egoísta apartarse de las personas que uno ama, cuando sabemos que podemos morir. Me hubiera gustado preguntarle a esa persona: 

¿Ha presenciado el proceso de una persona desde que le diagnostican la enfermedad mortal hasta cuando muere?

No le pregunté. Pero yo sí he presenciado ese proceso. Es duro. Es doloroso. A veces, es insoportable. Yo creía que esa manida frase que usan los escritores de que algo se rompe por dentro, era solo una metáfora. No, no lo es. Yo sentí que algo se rompía en mi pecho el día que vi agonizar a la persona y yo no podía hacer nada para evitar su dolor. Jamás, jamás en la vida voy a poder olvidar su agonía. Me dejó marcada para siempre.  

Derivado de esta experiencia, personalmente, no puedo ver como egoísmo el hecho de que alguien quiera evitar, de alguna manera, a sus seres queridos ese tránsito. Esa persona está haciendo lo mejor que puede y seguramente con la mejor de las intenciones. 

Pero claro, esta es una opinión personal. ¿Quién soy yo para juzgar? Cada quien vive y analiza sus experiencias de diferentes maneras. 

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